LA TELARAÑA: febrero 2022

domingo, febrero 27

Entrevista en ABC Cultura

En este enlace.

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lunes, febrero 21

Las piedras del águila. Un fragmento de ¡New York, New York!

Pero en Nueva York, como en tantas otras partes, la eternidad sólo dura un abrir y cerrar de ojos. No hay tiempo para más. La gente corre por las suaves colinas de Manhattan como si les esperara en alguna parte la cinta final de la vida o la muerte: no es fácil saber dónde te espera la vida y dónde la muerte. La gente camina muy deprisa por las aceras de Manhattan desde Wall Street hasta las proximidades de Harlem, desde la Gran Estación Central hasta las lagunas de Central Park; ahí escuchábamos la música que habrá de escuchar, quizá, el mundo en breve; ahí comíamos, también, la misma comida basura que ya están comiendo en el mundo entero; ahí descansábamos bajo las estrellas hasta que la lluvia y el frío de Nueva York nos obligaba a batirnos en retirada y buscar refugio en la paz de la catedral de St. Patrick o en el templo budista de Mahayana, en pleno Chinatown. Hay muchos chinos en Nueva York, pero también los hay en Palma. ¡Ah, los chinos de Nueva York, los chinos de Palma! Nunca he visto a un chino quejarse por nada. Nunca he visto a un chino gritar como un basilisco. Nunca he visto a un chino pasar la noche a la intemperie, como un mendigo, pero eso quizá sea porque todos los chinos del universo suelen esconderse cuando anochece; y el único chino que, en realidad, conozco regenta una modesta zapatería en la calle Olmos y siempre duerme sentado en una pequeña silla metálica de cocina recubierta de periódicos, duerme y, a la vez, vigila y cuida de su negocio. Yo le he visto levantarse en sueños y ofrecerte, solícito, la mejor mercancía del universo. Y si no la mejor, la más barata. Yo le he visto cerrar los ojos y no volver a abrirlos en días, en semanas, en meses, sin que su negocio se resienta en absoluto, sin que nadie le haya llamado nunca la atención, sin que nadie murmure queja alguna a sus espaldas. Basta verle, basta echarle una rápida ojeada para comprender que su fatiga no es de este mundo, que su cansancio viene de muy lejos, quizá de los muelles de Nueva York, de las bodegas de algún buque carguero donde trabajó durante siglos o de alguna gigantesca plantación de opio, allá entre las marismas de Mesopotamia, donde la jornada laboral no tenía principio ni tampoco fin. Ahora tiene los ojos cerrados; y yo, cuando paso, silencioso, por su lado, acostumbro a cerrar los míos y se me aparece, entonces, el skyline de Nueva York, como si estuviera cruzando, de nuevo, el puente de Brooklyn y las gaviotas intentaran sacarme los ojos, otra vez, sin conseguirlo.

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domingo, febrero 20

Las piedras del águila (La Lucerna, 2022)

 Ya en casa y en las librerías.


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viernes, febrero 18

Un poema de Los Cantos, Cercandanza (Los papeles de Brighton, 2020)

 

Captar la presencia en la disipación sombría de los instantes

 

Lucifer existe. Me lo aseguró

personalmente

Cristóbal Serra, ya hace mucho

tiempo, cuando el diablo

seguro que existía y rondaba

nuestros jóvenes cuerpos

y hablaba por nosotros

en aquellos instantes en los que no sabíamos

qué decir. El diablo existe con la misma

imposibilidad metafísica

que existimos nosotros.

Podría parecernos un milagro,

pero no es más que inercia,

una rutina más de la existencia.

 

Lo imposible nos ronda y, a veces,

hasta nos hiere. Rueda la luz

(como si fuera un rayo

láser) abriéndonos en canal

como una ruleta rusa cargada de plomo

y sentimos, entonces, la suerte olvidada

de alguna antigua presencia de regreso.

Todo regresa, no sabemos cómo, pero regresa

como recordatorio, tal vez, de que nos fuimos

de la realidad

cuando no era el momento de cerrar los ojos,

de ceder al instante frágil del miedo

o de la incertidumbre. No debimos

emprender la huida y no podemos

excusarnos en la ignorancia.

Ni en alguna ilusión óptica.

No fue un simple engaño

ni una acumulación de situaciones

que, simultáneamente, podrían

llevarnos hasta la locura sin darnos ni cuenta.

 

(No es el caso y tampoco me avergonzaría, respondí,

exhibiendo la lanza y el costado herido de la vida)

 

Ya casi me da lo mismo si existe

o no el diablo. Hay presencias,

igual de tenebrosas que la suya,

con las que me doy de bruces

tantas veces que ni me inmuto. Lucifer

juega seguramente conmigo como yo juego

con mis recuerdos, con las distintas

imágenes que voy coleccionando

de mí mismo: me esfuerzo en conservarlas.

 

Una vez corrí a cruzar unas cortinas enormes

y tropecé con alguien que corría en sentido

contrario. Me rompí un diente de leche

(porque los dientes de los hombres

no son los dientes de los dioses)

como quien se rompe el alma

y no sabe qué dejar bajo su almohada,

si el diente o el alma. –¡Nunca vendas tu alma!

me dijo alguien que me quería, alguien

que me dio unas pocas monedas a cambio

de mi pequeño diente sanguinolento.

 

Privilegio sería descifrar el sortilegio

del presente. El hechizo

que nos atrapa y nos obliga a correr

hacia dentro, hacia muy dentro.

¿Es posible entrar en uno mismo?

Pues lo hacemos sin saber cómo.

Y una vez adentro, recitamos

los herméticos ritos litúrgicos en el lenguaje

espiritual de la tribu¡Y que crepite el fuego

sobre la tierra entera, la declinación

de cuerpo y alma, el éxtasis gramatical perfecto!

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